La fibromialgia es una condición crónica caracterizada por dolor generalizado, fatiga, alteraciones del sueño y dificultades cognitivas.
Uno de los datos más llamativos y consistentes en los estudios clínicos es que afecta en su mayoría a mujeres: se estima que entre el 80% y el 90% de los casos diagnosticados corresponden a pacientes del sexo femenino.
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Esta diferencia no es casual ni atribuible a un único factor. Existen razones biológicas, neurológicas, hormonales y psicosociales que ayudan a entender por qué esta condición es mucho más frecuente en mujeres que en hombres.
1. Influencia hormonal
Las hormonas sexuales femeninas, especialmente los estrógenos y la progesterona, juegan un papel clave en muchas funciones del cuerpo, incluyendo la percepción del dolor, la modulación del estado de ánimo y la respuesta del sistema inmunológico.
Estas hormonas interactúan directamente con los neurotransmisores involucrados en la señalización del dolor, como la serotonina, la dopamina y la noradrenalina, los cuales también están implicados en los mecanismos alterados que se observan en la fibromialgia.
Durante el ciclo menstrual, los niveles de estrógeno fluctúan de forma natural.
En la fase lútea —es decir, después de la ovulación y antes de la menstruación— los niveles de progesterona aumentan y los de estrógeno disminuyen, lo que en muchas mujeres coincide con una mayor sensibilidad al dolor, alteraciones del sueño y cambios en el estado de ánimo.
Estos síntomas se superponen con los propios de la fibromialgia, y en pacientes que ya viven con la condición, suelen intensificarse en esos días del ciclo.
Además, en la menopausia se presenta una caída sostenida y permanente de los niveles de estrógeno. Muchas mujeres reportan que los síntomas de la fibromialgia se vuelven más intensos o más difíciles de manejar durante esta etapa de la vida.
La disminución de estrógeno puede contribuir al deterioro del sueño, aumentar la fatiga, alterar la termorregulación y empeorar la percepción del dolor.
FIBROMIALGIA
¿Por qué duele tanto?
Algunos estudios han encontrado que las mujeres con fibromialgia tienen una regulación hormonal atípica o una respuesta anormal a las fluctuaciones hormonales normales del cuerpo.
También se ha planteado que el desequilibrio entre estrógenos y cortisol —la hormona del estrés— podría favorecer un estado de inflamación de bajo grado, que aunque no se detecta con marcadores clásicos, sí afecta el funcionamiento del sistema nervioso central.
En resumen, las hormonas femeninas no solo intervienen en procesos reproductivos, sino que actúan como moduladores clave del dolor y del estado anímico.
En mujeres con predisposición genética o expuestas a altos niveles de estrés, estas fluctuaciones hormonales pueden actuar como desencadenantes o amplificadores de los síntomas de la fibromialgia.
2. Diferencias en el procesamiento del dolor en mujeres
En los últimos años, la neurociencia ha demostrado que hombres y mujeres procesan el dolor de manera distinta, tanto a nivel periférico como central.
Estas diferencias no solo están relacionadas con las hormonas, sino también con la estructura y el funcionamiento del cerebro, así como con la forma en que se integra la experiencia emocional del dolor.
En términos simples, el dolor no se percibe únicamente en el lugar donde se origina (como una articulación o un músculo), sino que es interpretado por el sistema nervioso central, especialmente en el cerebro.
Allí, regiones como la corteza somatosensorial, la ínsula, la amígdala y la corteza cingulada anterior se encargan de interpretar las señales dolorosas, asignarles un significado emocional y generar una respuesta corporal y psicológica.
En las mujeres, se ha observado una mayor activación de estas regiones cerebrales ante estímulos dolorosos, en comparación con los hombres. Esto sugiere una mayor “sensibilidad central” que puede hacer que el dolor se experimente de forma más intensa, duradera o emocionalmente cargada.
En otras palabras, el sistema nervioso de muchas mujeres responde con más fuerza a estímulos que en otras personas podrían pasar desapercibidos o ser apenas molestos.
Esta diferencia se acentúa aún más en condiciones como la fibromialgia, donde existe un fenómeno llamado sensibilización central.
Este proceso consiste en una hiperreactividad del sistema nervioso, que empieza a interpretar como dolorosos estímulos que no deberían doler (como una caricia, un leve cambio de temperatura o una presión suave).
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En pacientes con fibromialgia, esta sensibilidad exagerada no se limita a un área específica del cuerpo, sino que afecta múltiples sistemas sensoriales.
Otro hallazgo importante es que en las mujeres también hay una menor eficacia del sistema endógeno de inhibición del dolor, es decir, de los mecanismos naturales del cuerpo para modular y “apagar” el dolor.
Mientras que algunos neurotransmisores como la serotonina o la dopamina ayudan a amortiguar las señales dolorosas, en la fibromialgia estos sistemas están desregulados, y esta desregulación puede ser más marcada en mujeres.
Además, el cerebro femenino suele involucrar más áreas relacionadas con la memoria emocional y la empatía en la experiencia del dolor.
Esto no significa que el dolor sea «psicológico», sino que está más conectado con el contexto emocional y la historia personal, lo que también puede influir en su intensidad y persistencia.
En conclusión, las diferencias en el procesamiento del dolor entre hombres y mujeres no son una cuestión de debilidad o exageración, sino de neurobiología pura y compleja.
Estas particularidades hacen que las mujeres sean más susceptibles a condiciones de dolor crónico como la fibromialgia, y al mismo tiempo explican por qué el abordaje de esta condición debe ser integral, personalizado y con perspectiva de género.
3. Factores psicosociales de las mujeres
Más allá de las explicaciones biológicas y neurológicas, es imposible comprender por qué la fibromialgia es más frecuente en mujeres sin tener en cuenta el contexto psicosocial en el que ellas viven.
Las experiencias emocionales, los roles sociales y las condiciones de vida influyen directamente en el cuerpo y, en particular, en el sistema nervioso.
El dolor crónico, y en especial la fibromialgia, no ocurre en el vacío: muchas veces se gesta y se perpetúa en entornos de alto estrés, sobrecarga emocional y falta de apoyo.
En muchas culturas a las mujeres se les asignan múltiples roles que suelen vivirse con exigencia y poca contención: cuidadoras, madres, esposas, trabajadoras, líderes del hogar…
Es común que, además de sus propias responsabilidades, las mujeres carguen con el peso emocional de los demás: hijos, padres mayores, parejas. Esta carga no siempre se reconoce ni se distribuye equitativamente.
Este nivel de exigencia constante puede generar estrés crónico, una de las condiciones más nocivas para el sistema nervioso.
El estrés sostenido mantiene activado el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal, elevando los niveles de cortisol y alterando otros sistemas como el inmunológico, el digestivo y, por supuesto, el neurológico.
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Con el tiempo, este estado de alerta permanente deteriora la capacidad del cuerpo para autorregularse, genera fatiga física y mental, y sensibiliza el sistema nervioso central, facilitando la aparición de condiciones como la fibromialgia.
Otro aspecto importante es el impacto de los traumas emocionales y los eventos de vida adversos.
Diversos estudios han encontrado una alta correlación entre la fibromialgia y antecedentes de abuso físico o emocional, pérdidas significativas, negligencia afectiva o situaciones prolongadas de maltrato psicológico.
No se trata de afirmar que “el dolor es psicológico”, sino de reconocer que el cuerpo guarda memoria de lo vivido, y esa memoria también se expresa como dolor físico.
Además, el modelo tradicional de salud muchas veces ha minimizado o invalidado los síntomas reportados por las mujeres, especialmente cuando no hay “pruebas objetivas” que los respalden.
Frases como “eso es estrés”, “todo está en su cabeza” o “está muy emocional” han contribuido al retraso diagnóstico, al sufrimiento silencioso y a una sensación de soledad en las pacientes.
Esta falta de validación médica y social agrava el cuadro clínico y puede conducir a depresión, ansiedad y aislamiento social.
Por último, hay un factor silencioso pero poderoso: la autoexigencia femenina. Muchas mujeres viven con un ideal interiorizado de perfección, de no fallar, de poder con todo.
Reprimen emociones, posponen su descanso, se niegan la posibilidad de pedir ayuda… hasta que el cuerpo empieza a hablar más fuerte que la mente.
En resumen, los factores psicosociales en la fibromialgia no son secundarios: son parte central del origen y mantenimiento de la enfermedad.
La sobrecarga emocional, el estrés crónico, la falta de apoyo, el trauma no procesado y el contexto social en que muchas mujeres viven son elementos clave que ayudan a explicar por qué esta condición las afecta con tanta frecuencia.
4. Impacto del estigma en mujeres
La fibromialgia es una enfermedad que no se ve, pero se siente profundamente. No deja huellas en exámenes de sangre ni imágenes diagnósticas convencionales.
Y eso, en un modelo biomédico tradicional que da más valor a lo que se puede “medir” o “ver”, ha contribuido a que esta condición sea subestimada, minimizada o incluso negada.
Este fenómeno se conoce como estigmatización de las enfermedades invisibles, y su impacto sobre las personas que viven con fibromialgia —en su mayoría mujeres— es profundo y doloroso.
El estigma se manifiesta de muchas formas. En primer lugar, en el ámbito médico. Muchas pacientes relatan haber consultado a múltiples profesionales antes de recibir un diagnóstico claro.
En el camino, escuchan frases como “usted no tiene nada”, “eso es estrés”, “tómese unas vacaciones”, “es que es muy nerviosa”, o incluso sugerencias de que están exagerando o buscando atención.
Esta invalidación del sufrimiento no solo retrasa el tratamiento adecuado, sino que genera culpa, vergüenza y desconfianza en el propio cuerpo.
El estigma también aparece en el entorno familiar, social y laboral.
Como los síntomas son intermitentes y no visibles, muchas mujeres enfrentan incomprensión por parte de quienes las rodean: “pero ayer estabas bien”, “eso debe ser flojera”, “no puedes seguir cancelando planes”, “cómo así que no puedes trabajar si te ves normal”.
Este tipo de comentarios refuerzan el aislamiento y pueden llevar a las pacientes a ocultar sus síntomas, a forzarse más allá de sus límites, o incluso a dudar de su propia percepción del dolor.
En el ámbito laboral, las consecuencias también son significativas. La fibromialgia, al afectar la energía, la concentración y la resistencia física, puede interferir con el desempeño profesional.
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Sin embargo, muchas veces las pacientes evitan hablar de su condición por miedo a ser vistas como incapaces, perezosas o poco comprometidas.
Esta falta de reconocimiento institucional de una enfermedad incapacitante pero invisible genera barreras para acceder a adaptaciones razonables, licencias o incapacidades médicas.
Durante siglos, el dolor de las mujeres ha sido interpretado desde una óptica emocional o incluso histérica.
Esta herencia cultural sigue latente en la forma en que muchas condiciones de salud femenina se abordan hoy: se duda más del testimonio de una mujer, se la remite más rápido a psiquiatría, se prescriben más ansiolíticos, y se tarda más en acceder a un diagnóstico preciso.
En el caso de la fibromialgia, esto se traduce en años de sufrimiento no validado.
Además, el estigma no solo viene del entorno. También puede instalarse en la mente de la propia paciente. Muchas mujeres interiorizan la idea de que “no tienen derecho” a sentirse mal, que “todo está en su cabeza” o que deben “aguantarse” porque no hay nada visible que justifique su dolor.
Esto puede afectar profundamente su autoestima, su motivación para buscar ayuda y su calidad de vida.
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En conclusión, el estigma en torno a la fibromialgia es una barrera silenciosa pero poderosa. No se trata solo de un mal diagnóstico o una atención médica deficiente: es un entorno que invalida, culpa y aísla.
Romper ese estigma implica cambiar la forma en que entendemos el dolor, pero también implica escuchar con respeto, creer en los síntomas aunque no se vean, y dar a las mujeres con fibromialgia el lugar, la atención y la empatía que merecen.