dia fibromialgia

Si pudieras vivir un día con fibromialgia

Imagina que un día…

El despertador suena y abres los ojos, pero no sabes si realmente dormiste. Te toma unos segundos darte cuenta de que es un nuevo día, porque tu cuerpo no responde como debería.


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No estás descansada. No estás lista para levantarte. Estás agotada. Como si en lugar de dormir, hubieras pasado la noche entera escalando una montaña con el cuerpo vendado y los ojos cerrados.

Intentas moverte y el primer pensamiento que te cruza es: «¿Cómo voy a lograrlo hoy otra vez?»

Tus músculos están tensos, como si llevaras una armadura invisible. Te duele girar el cuello, estirar las piernas, apoyar los pies. Cada articulación protesta. Cada fibra muscular grita. No hay una parte del cuerpo que se sienta neutral, ligera o libre.

Y lo más desconcertante es que no hay una razón lógica para que esto pase. No corriste. Ni hiciste fuerza. No tienes fiebre, ni un yeso, ni una herida visible. Pero parece que estás rota por dentro. Y nadie lo ve.

Y sin embargo, te levantas. Porque tienes que hacerlo.La vida no espera. Porque hay hijos que vestir, trabajos que cumplir, compromisos que no se detienen. Así empieza el viaje.

El peso del dolor de cada día

El primer paso es una puñalada en las plantas de los pies. Luego, un latigazo en la espalda baja. Las piernas se sienten como de cemento. Parece que te arrastras más que caminar. Y cada movimiento, por pequeño que sea —agacharte, girar, estirarte— viene con una factura de dolor.


Este no es un dolor cualquiera. No es como cuando haces ejercicio y estás adolorida. No. Es un dolor intenso, impredecible, persistente. A veces punzante, otras veces como un ardor profundo.

Como si tu cuerpo estuviera inflamado desde adentro, pero los exámenes dicen que todo está bien. Como si llevaras una carga eléctrica corriendo por los nervios, encendiéndose sin previo aviso.

Te vistes con dificultad. No solo por el dolor muscular, sino porque tu piel está hipersensible. El roce de la ropa te irrita, te lastima. El elástico del pantalón se siente como un lazo que quema. El sostén es una trampa. Incluso las sábanas de tu cama pueden doler.

Y no termina ahí: la fibromialgia afecta todos los sentidos. Los sonidos fuertes se sienten como golpes. La luz te hiere los ojos. Un olor fuerte puede disparar una crisis de malestar. Como si el mundo estuviera amplificado y tú no tuvieras control sobre el volumen.

La fatiga que no se va

La fatiga es una sombra permanente. Y no, no es el cansancio de haber tenido un mal día. Es algo más profundo. Es como si cada célula de tu cuerpo estuviera descargada. Como si la energía vital se hubiera ido y dejaran en su lugar un cascarón que aún tiene que seguir funcionando.

Aunque duermas ocho, diez o doce horas, te despiertas igual: agotada. No hay descanso reparador. No hay “ya me repuse”. Solo hay más cansancio encima del cansancio anterior.


FIBROMIALGIA

¿Por qué duele tanto?


Y aún así, hay que cumplir. Te exiges, te obligas, te empujas. Pero cada tarea que para otros es sencilla —preparar el desayuno, ducharte, revisar correos— te cuesta una barbaridad.

Y entonces llega otro invitado indeseado: la fibroniebla. Esa confusión mental, esa pérdida de memoria, esa torpeza para encontrar palabras o hilar ideas. Es como vivir con una nube densa dentro del cerebro. Hablas y olvidas. Lees y no comprendes. Quieres explicar lo que sientes, pero incluso eso se vuelve difícil.

Las miradas de incredulidad

Mientras luchas por mantenerte funcional, el entorno reacciona. Y no siempre con comprensión.

Te encuentras con miradas de sospecha. Con frases que intentan invalidar tu experiencia:
— “Pero ayer estabas bien, ¿no?”
— “¿Otra vez te duele?”
— “¿Y tú para cuándo vas a mejorar?”
— “Seguro es estrés, o ansiedad, o que piensas demasiado.”

Y así, además del dolor, debes cargar con la culpa de no convencer a nadie. La culpa de no “parecer enferma”. La culpa de cancelar planes, de llegar tarde, de no poder rendir como antes.

Te ves obligada a explicar, justificar, demostrar. Como si vivir con dolor crónico no fuera suficiente, también tienes que actuar como tu propia abogada defensora. Porque a los ojos de muchos, lo invisible no existe. Y lo que no se puede ver, no se cree.

Si alguien pudiera vivirlo… tan sólo un día

Si alguien pudiera vivirlo, aunque fuera solo por un día, entendería que no estamos exagerando. Que no es flojera, ni drama, ni falta de voluntad.

Si alguien pudiera despertar con este cuerpo que parece tener siglos encima, caminar con los pies que arden desde el primer paso, intentar pensar con una mente nublada por la niebla… entonces, por fin, sabría lo que significa luchar para hacer lo básico.


Con Permiso Para Quejarte

Como Convivir con la Fibromialgia sin Perderte a ti Misma


Si alguien pudiera experimentar el dolor que cambia de lugar sin aviso, que se intensifica sin razón, que se mete en los huesos y te obliga a fruncir el ceño aunque no quieras… entendería por qué hay días en que cancelamos salidas, no contestamos mensajes o simplemente necesitamos estar a solas.

No por desamor. No por desgano. Sino porque estamos sobreviviendo.

Si tan sólo pudiera vivirlo, sabría que no todo se soluciona con «dormir mejor», «pensar positivo» o «hacer más ejercicio». Comprendería que ya hemos intentado todo eso —y más—, y que seguimos aquí, con el cuerpo agotado pero el corazón fuerte, dando la pelea cada día.

Si alguien pudiera sentir cómo el cuerpo duele por dentro y cómo las emociones se aprietan por fuera ante la incredulidad, la indiferencia o las frases que restan en lugar de sumar, entonces quizá empezarían a cambiar las preguntas, los gestos, los juicios.

Si pudiera vivirlo, aunque solo fuera unas horas, dejaría de dudar, empezaría a comprender y —quizás— se volvería un aliado.

Porque no hay nada más solitario que vivir en un cuerpo que duele y al mismo tiempo tener que convencer al mundo de que ese dolor existe.

Lo que esperamos: Más empatía, menos juicio

No se necesita tener fibromialgia para ser compasivo. No hace falta sentir este dolor para apoyar a quien lo vive.

A veces, un “te creo” cambia un día entero. Un “¿cómo estás hoy?” que no juzga. Un “cuenta conmigo”. A veces solo se necesita que alguien escuche sin interrumpir. Que no intente dar consejos vacíos. Que no sugiera más magnesio, yoga o “pensar positivo” como si fuera una fórmula mágica.


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Lo que sí se necesita es respeto. Espacios seguros. Relaciones humanas libres de presión. Trabajos donde la flexibilidad no se castigue. Entornos donde se entienda que un cuerpo con fibromialgia no es un cuerpo frágil, sino un cuerpo valiente que da la pelea cada día sin hacer espectáculo.

Porque aunque no se vea en una radiografía, aunque no se note al mirarnos, la fibromialgia existe. Y quienes la vivimos, también.

¿Cómo describirías un día con fibromialgia?

Escríbelo en los comentarios para que los demás lo entiendan

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